
Supongo que entre los lectores de este blog habrá quienes, al igual que yo, sea hijo de los años noventa, por lo tanto, forjamos nuestra identidad en los arduos años de principios de siglo, una época, ante todo, complicada. Solo me produce nostalgia pensar en la música que escuchaba en aquel entonces y que me servía de refugio, guarida ante un mundo que mandaba mensajes desoladores a los jóvenes, pero sobre todo a las niñas que no pertenecíamos a un canon de belleza impuesto a modo de «ley». Aún recuerdo esas entrevistas aterradoras a Britney Spears, como la tachaban de loca por revelarse ante unos hombres que hacían de su virginidad noticia de portada, o como en la televisión solo se veían mujeres con una talla 34/36 hablando de dietas, belleza o cosas completamente banales que ninguno cuestionábamos porque era lo «normal». Recuerdo también la frustración que sentía al no ser parte de ese grupo, como no podía comprarme ropa en la tienda infantil porque no había de mi talla y tenía que recurrir a unas prendas de adulto que no se ajustaban a una cría de nueve años. Crecí (crecimos) en un inicio de siglo donde nuestro valor como mujeres la determinaba una báscula, donde la salud mental no era tema que saliera de nuestra boca, donde no se nos permitía tener un discurso en nuestra defensa. El mundo a cambiado poco, no lo niego, pero no estaría aquí, a punto de hablar de esta serie, si no hubiese pasado por mis duelos y terapias. Seguimos siendo las gordas de los noventa, aunque ahora hablamos lo suficientemente alto como para que se nos escuche.
My mad fat dairy es ese producto audiovisual que nunca fue comprado por las cadenas de nuestro país, una serie anglosajona que mi generación vio subtitulada y subida ilegalmente a Youtube. Puedo hablaros de muchas influencers del panorama actual que, como yo, tuvieron en Rae su primer referente televisivo. Os recomiendo muchísimo una review que hizo Andrea Compton para su canal o el episodio del podcast de Penny J llamado «La buena turra» donde se habló de esta producción. Pero, ¿Por qué nos marcó tanto? ¿Solo porque la protagonista no tenía una talla «normativa»? No, esta serie estableció un antes y un después por ser la primera en poner voz al dolor de miles de adolescentes cuyo hueco en la sociedad se les había sido privado. Rae, tras un intento de suicidio por su TCA (tema tabú en la época, aunque el número de pacientes estuviese disparado) retoma su vida en el instituto, con amigos nuevos, una madre que no la escucha, una inseguridad que le oprime, un mundo que la ve como un ser del que hay que burlarse; sin embargo, ella nos demostró que era normal tener las mismas ilusiones que nuestras compañeras, que la sexualidad no estaba censurada para nosotras, que éramos merecedoras de un amor sano con el chico guapo y amable, porque Finn, lo queramos o no, representaba el sueño de toda chica heterosexual, un novio que nos viera como las reinas que somos, cosa no muy normal en el época.
La forma en que la serie habla de la salud mental, de la bulimia, de cómo la protagonista despreciaba su cuerpo hasta el punto de no sentirlo como suyo, queriendo eliminar esa carne «sobrante», del amor, y sobre todo de nuestra identidad como mujeres que no necesitan encajar en ningún molde ni depender de nadie para ser válidas, es increíblemente desgarradora y necesaria. Siempre pensé que esta serie nunca llegó a nuestro país porque era demasiado poderosa para una sociedad que aún vive a base de heridas. La serie «prohibida» que no querían que viésemos, pero que acabó siendo nuestro salvavidas.