Publicado en Reflexiones

Año nuevo, nuevos horizontes y menos libros de autoayuda.

He estado pensando constantemente desde finales del pasado año en cuál sería el mejor artículo para retomar el blog. Quería hablaros de los libros que me estoy leyendo o quizás de mis favoritos del 2022, pero me parecía un tema bastante trillado. Así que, tras muchas vueltas, he decidido enfocar algo tan trivial como los «objetivos» de año nuevo, pero desde mi visión crítica.

Principalmente, y tras mucha terapia de por medio, he dejado de creerme una especie de Wonder Woman capaz de realizar actos impresionantes en un período de tiempo imposible. Cuando has crecido siendo una niña con sobrepeso a inicios de los 2000, tu objetivo se enfoca únicamente en tener la talla 0 que Britney Spears mostraba en las portadas de las revistas. Pero la moda cambia, el pensamiento también, sin embargo; la herida sigue y tú continúas anhelando caber en unos shorts que ni siquiera te gustan, porque es el objetivo que te impusiste para sentirte válida. Pasó mucho tiempo hasta que descubrí que mi cuerpo no tenía porqué estar sometido a dietas basadas en la prohibición o que no tenía que torturarme con ejercicios que no le venían bien a mis piernas, así que cambié ese objetivo por intención. Todos los años tengo la intención de practicar algún deporte nuevo y, claramente, de seguir con los que sé que me gustan. Casi siempre lo cumplo, pero no me ofusco si no lo hago. Lo mismo pasa con todo lo demás.

Escribo esto porque no paro de leer (y de ver en Instagram) a gente con una influencia notable, compartir sin miramientos sus «objetivos para 2023» y, aunque algunos parecen inofensivos, no me gusta pensar que en alguna parte hay alguien pensando que en doce meses tiene que adelgazar 20 kilos o leerse 300 libros porque quiere parecerse a fulanito o menganita y que si no lo consigue, su año habrá sido un fracaso. Vuestro año no lo determina un trozo de papel donde hay escrito una serie de acciones posiblemente irreales para un ser humano. Entiendo la necesidad de sentirse esperanzado y motivado con algo, pero que esa ilusión no sea impuesta por un factor externo, como me pasaba a mí con la portada de Britney. No os impongáis leeros libros que no os gustan, porque al final vais a asociar el acto de leer a un castigo. No pasa nada por intentar, repito, INTENTAR, hacer un reto de lectura de clásicos de terror, no obstante, si no lo disfrutáis, dejadlo y pasad a otra cosa que sí os defina, y enhorabuena, habéis descubierto que los clásicos de terror no os gustan. Y por supuesto, no intentéis rellenar el vacío que sentís con libros de autoayuda, por favor. Nada que se venda como un saber generalizado para el bienestar psicológico y corporal os va a hacer algún bien. Sé que me meto en un barrizal, pero pensad que para encontrar a nuestro psicólogo idóneo hace falta ir probando varios, hasta que uno se ajuste a nuestras necesidades. Por mucho que Pepito, entrenador de fitness, os cuente que fue un niño obeso y acomplejado y que consiguió ser feliz desarrollando sus músculos hasta parecerse a Rambo y, por lo tanto, vosotros seréis felices también si seguís su método de batidos y pesas, lo único que estáis haciendo es llenar su bolsillo, no vuestro vacío. Hay profesionales maravillosos que os van a ayudar desde la empatía, ajustándose a vuestras limitaciones, sin necesidad de jugar con vuestros sentimientos. Lo mismo pasa con esos libros que os dicen cómo ser felices, cómo ser productivos hasta acabar en urgencias por no dormir (me ha pasado), cómo criar a vuestros hijos, cómo superar una ruptura, cómo ser la mejor versión de uno mismo, etc… La venta de estos productos han subido más de un 40% desde 2020, es lo primero que ves cuando entras en una librería y es preocupante, porque ser la mejor versión de uno mismo es un trabajo personal que requiere de años de autodescubrimiento y desarrollo, no es una fórmula que se venda en una librito de 150 páginas.

Así que mis «intenciones» para 2023 es seguir ignorando las modas que salgan de redes sociales (solo uso Instagram para ver ilustraciones y leer manga), descubrir cosas nuevas para compartirla con vosotros y emplear más de mi tiempo en hacer aquello que me hace feliz, pero siempre con cabeza.

Photo by cottonbro studio on Pexels.com
Publicado en Series

My mad fat diary: la serie «prohibida» que representó a toda una generación de niñas.

Supongo que entre los lectores de este blog habrá quienes, al igual que yo, sea hijo de los años noventa, por lo tanto, forjamos nuestra identidad en los arduos años de principios de siglo, una época, ante todo, complicada. Solo me produce nostalgia pensar en la música que escuchaba en aquel entonces y que me servía de refugio, guarida ante un mundo que mandaba mensajes desoladores a los jóvenes, pero sobre todo a las niñas que no pertenecíamos a un canon de belleza impuesto a modo de «ley». Aún recuerdo esas entrevistas aterradoras a Britney Spears, como la tachaban de loca por revelarse ante unos hombres que hacían de su virginidad noticia de portada, o como en la televisión solo se veían mujeres con una talla 34/36 hablando de dietas, belleza o cosas completamente banales que ninguno cuestionábamos porque era lo «normal». Recuerdo también la frustración que sentía al no ser parte de ese grupo, como no podía comprarme ropa en la tienda infantil porque no había de mi talla y tenía que recurrir a unas prendas de adulto que no se ajustaban a una cría de nueve años. Crecí (crecimos) en un inicio de siglo donde nuestro valor como mujeres la determinaba una báscula, donde la salud mental no era tema que saliera de nuestra boca, donde no se nos permitía tener un discurso en nuestra defensa. El mundo a cambiado poco, no lo niego, pero no estaría aquí, a punto de hablar de esta serie, si no hubiese pasado por mis duelos y terapias. Seguimos siendo las gordas de los noventa, aunque ahora hablamos lo suficientemente alto como para que se nos escuche.

My mad fat dairy es ese producto audiovisual que nunca fue comprado por las cadenas de nuestro país, una serie anglosajona que mi generación vio subtitulada y subida ilegalmente a Youtube. Puedo hablaros de muchas influencers del panorama actual que, como yo, tuvieron en Rae su primer referente televisivo. Os recomiendo muchísimo una review que hizo Andrea Compton para su canal o el episodio del podcast de Penny J llamado «La buena turra» donde se habló de esta producción. Pero, ¿Por qué nos marcó tanto? ¿Solo porque la protagonista no tenía una talla «normativa»? No, esta serie estableció un antes y un después por ser la primera en poner voz al dolor de miles de adolescentes cuyo hueco en la sociedad se les había sido privado. Rae, tras un intento de suicidio por su TCA (tema tabú en la época, aunque el número de pacientes estuviese disparado) retoma su vida en el instituto, con amigos nuevos, una madre que no la escucha, una inseguridad que le oprime, un mundo que la ve como un ser del que hay que burlarse; sin embargo, ella nos demostró que era normal tener las mismas ilusiones que nuestras compañeras, que la sexualidad no estaba censurada para nosotras, que éramos merecedoras de un amor sano con el chico guapo y amable, porque Finn, lo queramos o no, representaba el sueño de toda chica heterosexual, un novio que nos viera como las reinas que somos, cosa no muy normal en el época.

La forma en que la serie habla de la salud mental, de la bulimia, de cómo la protagonista despreciaba su cuerpo hasta el punto de no sentirlo como suyo, queriendo eliminar esa carne «sobrante», del amor, y sobre todo de nuestra identidad como mujeres que no necesitan encajar en ningún molde ni depender de nadie para ser válidas, es increíblemente desgarradora y necesaria. Siempre pensé que esta serie nunca llegó a nuestro país porque era demasiado poderosa para una sociedad que aún vive a base de heridas. La serie «prohibida» que no querían que viésemos, pero que acabó siendo nuestro salvavidas.