
Quizás no sea objetiva con esta reseña porque soy una ferviente admiradora del trabajo de Lin-Manuel Miranda, tanto en su faceta como compositor como de actor-director. Todo lo que toca acaba convirtiéndose en oro. Aun así ¿Qué tiene Encanto que la haga tan diferente al resto de películas Disney? ¿Solo la música de Lin-Manuel la hace especial? Yo creo que no.
Antes de entrar en detalles hay que resaltar que Encanto, dirigida por Byron Howard y Jared Bush, es la sexagésima película producida por el estudio de Mickey Mouse. La obra habría pasado inadvertida a no ser por el éxito de su banda sonora, especialmente su canción «No hay que hablar sobre Bruno» ha pasado a ser la más exitosa desde «Un mundo ideal» de la película Aladdín (1992). Sin duda alguna, la influencia del compositor está en cada nota, recordando a ese Hamilton que lo catapultó a la cima. La fusión de estilos musicales lo aleja por completo a la monotonía instrumental de las películas Disney, tan propensas a las notas altas imposibles de recrear por el público mundano. Sin embargo, yo veo mucho más allá de la música de Encanto.
Ante todo, es destacable que sea Colombia el país en el que se centra la historia, concretamente en un pueblecito donde la familia Madrigal, dotada de dones mágicos vive en una casa encantada. Allí cada miembro posee una cualidad especial, menos Mirabel, que por alguna extraña razón no se le otorgó ningún poder. Este mensaje no está enfocado a los niños, pero antes de ahondar en este detalle volvamos a atrás. Esta ambientación me recordaba a algo, pero no conseguía situarlo con exactitud. No había princesas ni castillos, ni siquiera había un viaje del héroe tal y como lo conocemos en el mundo del guion cinematográfico, solo es: el pueblo, la casa, la familia Madrigal y la magia. Lo busqué y efectivamente estábamos antes la recreación animada del Realismo Mágico, el movimiento literario nacido en latino-américa en el siglo XX. Como admiradora de García Márquez, Borges, Isabel Allende, Cortázar, etc… Vi la fantasía en lo cotidiano. En la película no había el «cliché Disney» dando el mensaje típico al espectador más infante, sino la manifestación de una crítica social muy en boga hoy en día, la exigencia. El no ser suficientes para complacer al resto, para cumplir el rol que se nos exige, este dilema es un lastre que nos persigue a todos y, por lo tanto, es el público adulto quien se identifica con Mirabel, no los niños y niñas que por desgracia aun no entienden lo que es sufrir por encajar, pero que lo experimentarán con el tiempo.
Así que, por mucho que disfrute cantando «No hay que hablar sobre bruno» a pleno pulmón en el coche, no puedo adjudicar el éxito de la película solo al factor musical, la magia reside en la representación social y por eso Disney triunfa al alejarse por fin de sí mismo.